Hoy traigo nuevamente un trabajo de mi amigo de Uruguay Horacio Kiel. Se trata de un relato corto lleno de imaginación, que nos sumerge en una trama en la que no sabemos cómo hemos entrado ni cómo hemos salido, pero que en cualquier caso seguramente nos gustaría que durase mucho más tiempo.
EL CAYO SANDY La naturaleza de mi relación con el profesor Charles Berlitz cambió luego del acontecimiento del 5 de marzo de 1948, cuando nos dirigíamos a cayo Sandy en la nave Zinder, un yate de motor que alquilamos para la investigación. Mario Cantú era el capitán, quien aún sigue desaparecido. El cayo Sandy, debo aclarar, es una isla deshabitada que forma parte de las Islas Vírgenes Británicas en el caribe. Se encuentra entre las islas Tórtola y José Van Dyke. Es increíble que me dejara convencer luego de lo que nos ocurrió el 30 de enero del mismo año, en ese caso a bordo del Star Tigre (Tudor IV), un avión que usábamos en nuestras investigaciones, hasta que al pasar por el Nordeste de las Bermudas, en un momento, repentinamente nos impactó una especia de flash que nos cegó, y, al instante siguiente nos encontrábamos el profesor Berlitz y yo en nuestra mesa de trabajo en la universidad y al parecer, nadie sabía de nuestro viaje, ni tampoco encontramos ninguna noticia sobre un vuelo desaparecido en los periódicos de los días siguientes al extraño suceso. De los otros veintinueve pasajeros jamás volvimos a tener noticia, y, por supuesto, nunca hablamos del tema pues nadie nos hubiera creído. De hecho, ni siquiera lo hablamos entre nosotros. Lo que había ocurrido era sencillamente imposible, aunque también podría ser simplemente inexplicable… hasta ahora por lo menos. Pero bien, cuando estábamos llegando a Sandy Cay (así se escribe en inglés) yo estaba bastante emocionado, puesto que era el primer viaje que realizaba luego de aquella terrible experiencia. Revisé las coordenadas con el capitán Cantú para bajar mi nivel de ansiedad. Nuestro destino se hallaba en 18° 26’ 00” N 64° 43’ 00” 18.4333333 -64.71666667. Realmente no entendía ni entiendo nada de esto pero me calmaba ver que todo marchaba bien hasta el momento. Fui abajo al camarote de Berlitz para hablar con él y lo encontré leyendo un libro de Jacques Sadou. Levantó la vista y me indicó una parte haciendo el gesto para que leyera. Hablaba de un hombre que consiguió pasar físicamente a otro plano de existencia, pero ese pasaje fue tan sutil que a otra persona pudiera resultarle imperceptible, pues el resto de las cosas y las personas se ven prácticamente idénticas al plano o estado anterior, al menos físicamente. Si entonces una zona o región no estuviera sometida a las leyes del tiempo y espacio, tal como ese personaje de la historia, es imposible predecir los efectos sobre los individuos que entren en contacto con esa zona tan inestable. Todo esto me alteró bastante, pero sentí la calma que viene de la desesperanza absoluta, pues si estábamos en una zona peligrosa ya no podíamos hacer nada por evitar nuestro destino. Le devolví el libro como si mi vida estuviera contenida íntegramente en el mensaje que acababa de leer y que confirmaba algunas de mis sospechas. Yo estaba cursando el último año en física en una prestigiosa universidad en Praga cuando el profesor Berlitz me contactó al sentirse interesado según me dijo por algunos artículos que publiqué sobre física acústica y teoría de las dimensiones. Me pidió que lo acompañara en diversas expediciones para investigar las causas de reiteradas desapariciones de naves en el temido triángulo de las Bermudas. Conocía el riesgo que esto implicaba para mí, pero en términos de probabilidad es más fácil tener un accidente en el baño de tu casa que desaparecer en el océano súbitamente. Creo que luego de cinco años en Praga me hubiera tirado a un abismo incandescente con tal de ver un poco de acción, pero en este caso el abismo al que me arrojaba podía ofrecerme un mejor futuro del que podía imaginar, sobre todo como socio de un especialista como Berlitz. En esto pensé durante un segundo completo cuando me apercibí del rostro preocupado del capitán Cantú que aguardaba ansioso en la puerta que ya había dejado entreabierta. Antes de dirigirse al sr. Cantú, Berlitz me ofreció otra vez el libro color plateado con una expresión de resignación en su cara que no he podido olvidar aún. – Hay un problema, profesor. Este remate desopilante alarmó al capitán, que enarcó las cejas visiblemente incómodo. Subimos a la proa, y yo, aún con el libro en mi mano, sentía como si el profesor y el capitán ya no estuviesen allí, al menos no separados de mí, como si únicamente sostuvieran una existencia en mi mente, como creaciones de mi imaginación. El cielo rojo y las partículas violáceas que flotaban en el pesado aire no nos afectó tanto como la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, como si ya no existiera y un influjo irresistible nos adormecía al parecer por una insoportable cantidad de información que recibíamos repentinamente. Creo que cuando me desmayé ya estaba solo en el yate, y una luz muy fuerte se aproximaba de forma avasallante para mis perturbados y extenuados sentidos. Por suerte acabó rápido. Cuando desperté estaba aquí, en mi escritorio en el Departamento de Física Acústica del Centro de Investigación SXM, y el libro de Sadou permanecía descansando frente a mí. No pude localizar al profesor Berlitz, y como en el caso anterior, no había registros en ningún medio gráfico. Lógicamente no podía contarle esto a nadie, cuanto más esta vez que me encuentro en el año 2018, en noviembre, y con un nombre diferente y sin rastros de mi anterior identidad. Quiero creer que Berlitz se encuentra aquí conmigo, en mis pensamientos, y que Cantú sigue navegando en algún bello lugar del Caribe. Si yo no he muerto, puedo suponer que Charles Berlitz tampoco murió aunque no hayan registros de él en este mundo, pues tampoco hay registros míos en otros universos. ¿Cómo concebir una relación entre dimensiones distintas? ¿Cómo entender los conceptos pasado o futuro luego de este viaje interdimensional tan perturbador? Es una suerte que estos incidentes no me hayan impedido cumplir con mis asuntos setenta años después, y más aún, soy muy afortunado al saber que nadie lo sabrá. FIN Horacio Kiel |
Espero que os haya gustado.
Saludos.