Un motor especial
Mierda! ¡Tráiganme mierda! -exclamé.
– No hay depósitos disponibles hasta la una, y además, no conseguirá que se la traigan pidiéndola de ese modo -replicó severamente el doctor K.
– A la mierda con el modo. Necesito esa mierda, y la necesito ahora mismo. -Le dije esto sin alterarme pero mostrándole claramente mi consternación para suscitar su solidaridad, aunque sabía que era inútil. Estaba agachado, ensimismado en mi trabajo, sujetando una manguera negra y solo al terminar de hablar dirigí la mirada hacia los órganos visuales del doctor, y lo hallé, tal como suponía, totalmente indiferente. Y eso me dolió. Más aún que el hecho de no disponer de mierda para hacer funcionar el motor de mi triciclo. Funcionaba a mierda, no a pedal. Yo no soy químico, y la verdad es que no sé cómo mierda funciona, pero a pasar del olor es el único triciclo que puedo usar, pues tengo treinta y cinco años, y el resto de los triciclos son para niños. El tiempo que viví en Birmania no tuve inconveniente alguno para proveerme del excremento, pues lo conseguía de los monjes de un monasterio cuyo nombre no recuerdo, puesto que como no tienen acueductos yo les solicitaba que me dejaran quedarme con toda su mierda, que me alcanzaban en una olla a eso de las once, y yo la vaciaba en la manguera que une la rueda delantera con el motor de aluminio (que tiene un dispositivo con mercurio en el interior para hacer girar los ejes de rotación del ventilador central) que va insertado en el recto del conductor -quise decir “dentro del recto”- para que así al insertar mierda fresca en el tubo y luego volverlo a conectar a la rueda delantera comienza a circular, llevando entonces la materia al interior del recto del conductor, lo cual le obliga luego a excretar la misma mierda que entra, y así sucesivamente, logrando que la válvula de eyección situada en la próstata se active y la rueda de adelante comienza a moverse muy lentamente, así que el conductor debe empujar las dos de atrás para que giren, y así obtiene una velocidad promedio de unos cuatro a cinco kilómetros por hora. Luego, entonces, yo les devolvía la olla para la hora del almuerzo y me iba a recorrer los bosques con un motor metido en la próstata.
Pero en fin, nada de esto iba a conmover al ceñudo Dr. K., que no iba a ayudarme a obtener el excremento. Leí que en una cueva de Ecuador el excremento de pájaro llega a un espesor de 90 cm., ¡qué vida tendría yo allí!
– Mire -dijo el doctor algo conmovido, cosa muy extraña en él- créame que entiendo si aún se encuentra afectado por lo de Canadá…
– ¿Canadá? -interrumpí yo-. ¿Qué pasó en Canadá? ¡Ah! Sí, sí. Ahora me acuerdo. ¿Se refiere a la vez cuando me abandonaron en un pelotero con diez niños y niñas y me dijeron antes que esperara sumergido allí porque sospechaban que uno de esos niños era un terrorista? Creo que lo había olvidado.
– Creímos que había entendido que era una broma, ¡usted es físico nuclear por todos los cielos! ¿Cómo pudo creerse algo semejante?
– Lo creí, y ése es el único punto aquí. Ahora, si lo que quiere es disculparse conmigo, ya sabe cómo puede hacerlo.
– Le dije que no hay…
– ¡No!, no. Me refiero a otra cosa, usted ya sabe… ¿no podría cagar en esta manguera?
El doctor abrió grandes los ojos aún contra su propia voluntad y me miró sorprendido, como si el tiempo se hubiera detenido, o su cerebro lo hubiera hecho, tal vez es la misma cosa en definitiva. Sus labios trataban de articular un sonido sin lograrlo, hasta que finalmente se fue y me quedé de nuevo solo con la manguera en la mano. “¿Qué haré?”, pensaba. Conozco a un experto en física de partículas que me sugirió que le pusiera pedales a mi triciclo y pedaleara como hace todo el mundo, pero eso es muy infantil, y yo soy un hombre serio y debo cuidar mi reputación, y es por eso que me puse un motor lleno de mercurio en el culo. En esto estaba cuando pasó un niño montado en un triciclo y le pregunté: “¿Podés cagar en esta manguera? Es que…”. Pero siguió de largo y antes de que pudiera explicarle ya se había ido.
¡RIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNGGGG!!! ¡No! ¡Era un sueño!… Qué raro, ¿por qué me dolerá tanto el culo entonces?
Horacio Kiel
(16 de enero de 2020)