La historia de Don Casimiro Garrocha
Esta es la historia de un habitante de Florida, que hoy en día se toma por leyenda, pero yo, que he indagado durante mucho tiempo, puedo afirmar que es un hecho absolutamente verídico. El hombre en cuestión se llamaba Casimiro Garrocha y nació en un pequeño pueblo del departamento de Florida. Todo comenzó cuando perdió su trabajo de telefonista en una compañía de taxis ubicada en una cueva en la sierra que se encuentra en el límite con el departamento vecino. A don Casimiro se le vino el mundo abajo. El dueño de la compañía de taxis, que además vivía en la cueva a pesar de la cantidad de excremento de murciélago que en ella había, le explicó a Casimiro que con el poco trabajo que había, le era imposible pagarle, y que si no cerraba el negocio era porque se alimentaba con el excremento que abundaba en la cueva. Si bien don Garrocha entendió que lo que planteaba aquel ermitaño era cierto, las posibilidades de conseguir otro trabajo eran casi nulas, a menos que probara suerte en Montevideo, lo cual, para él no conformaba una opción, pues amaba su tierra. Pasaba los días pensando en qué hacer, hasta que un buen día, se iluminó. Al principio le pareció una idea descabellada, pero por alguna razón puso toda su fe en ese extraño e innovador emprendimiento.
Lo primero fue ir a la ciudad a comprar un taladro. Luego se dirigió a la ruta principal, llevando consigo una pequeña silla y un cartel que había preparado en su casa. Colocó la sillita al costado de la carretera, tomó el taladro y perforó el suelo asfaltado. Luego de hacer un hoyo con el taladro, volvió a perforar para agrandar el tamaño del mismo hasta lograr un agujero de unos quince centímetros de diámetro. Todo estaba listo, una vez puesto el cartel, la historia que se convertiría en leyenda y que cambiaría la vida de don Casimiro Garrocha, al punto de convertirlo en un personaje mítico de Florida, habría comenzado.
Finalmente colocó el cartel al lado del agujero y se sentó en la sillita a esperar. El cartel, que tenía una base para sostenerse de pie, rezaba así: AGUJERO PA” CAGAR / 25 $ EL GARCO / 35 $ CON PAPEL HIGIÉNICO. Don Casimiro confiaba ciegamente en su emprendimiento, y ni él mismo sabía por qué. Cualquier otro hubiera pensado: ¿Quién se va a poner a cagar en un agujero en el medio de una carretera tan transitada, y a plena luz del día?
Pasaron solo veinte minutos, que para Casimiro fueron eternos, hasta que el primer vehículo se detuvo frente al cartel. Un hombre de unos cuarenta años descendió del Chevrolette azul, y se dirigió sin prisa hacia el hombre sentado en la pequeña silla. «Hola. Quiero un garco, con papel, por favor». Casimiro sacó un poco de papel de baño de su mochila y se lo entregó al cliente. Luego de cagar y limpiarse, sacó la billetera y le pagó a Don Casimiro los treinta y cinco pesos.
Los días pasaban y Garrocha no podía quejarse, de hecho estaba ganando más que en su anterior trabajo. Paraban unos treinta coches por día, y a veces eran familias enteras, que, resentidas por un largo viaje, cagaban en el agujero de don Casimiro, o, mejor dicho, en los agujeros, ya que cada vez que uno se llenaba de mierda, debía hacer otro nuevo.
Pasadas algunas semanas volvió a tener una idea para mejorar el negocio. Agregó en el cartel dos nuevos servicios, todos relacionados con el garco:
DIARIO 15 $
CONDORITO 20 $
TANGO DE GARDEL 25 $
Don Casimiro no tenía un reproductor de CD, así que si alguien le pedía un tango de Gardel, él lo cantaba mientras el cliente buscaba la inspiración en el sugestivo agujero.
Todo lo que llevo contando de nuestro amigo don Casimiro, ya podría convertirlo en una leyenda; sin embargo, la historia más contada en los bares de Florida es la que voy a contarles ahora, y si lo que dije hasta ahora es difícil de creer, lo que sigue parece de ciencia ficción; pero como ya advertí, cada palabra es cierta, créanlo o no.
Cierto día un lujoso auto de color oscuro se detuvo frente al cartel de don Casimiro. El conductor, que vestía un traje italiano, no podía creer lo que leía, que a su vez le ayudaba a entender todos los agujeros que había visto en los últimos diez kilómetros. El hombre bajó del auto indignado y se dirigió directamente a don Garrocha, que permanecía tranquilo en su sillita tomando un jugo de naranja que se había llevado en la mochila. «Escuche, soy el intendente de Florida, y lo que está haciendo viola todas las normas, ¿cómo se le ocurre poner un negocio así? ¿acaso está loco? Y dígame otra cosa, ¿por qué hay agujeros como éste por toda la carretera?». Garrocha no perdió la calma. Lo miró con serenidad y explicó: «Son los agujeros que se llenaron, cuando se llena un agujero hago otro».
– ¿Y esto le parece normal?
– Cagar es normal, la gente realiza largos viajes y a veces no encuentra un lugar donde hacerlo, yo he ayudado mucho a este departamento con mi trabajo.
– Usted no puede llenar de mierda toda una ruta ¿no se da cuenta de que es ridículo? ¿Cómo va a usufructuar destruyendo toda una carretera haciendo agujeros de forma absolutamente ilegal? O termina con esto o le aseguro que terminará en un hospital siquiátrico de por vida, usted está rematadamente loco.
– No tengo otra forma de ganarme la vida, en la cueva donde trabajaba como telefonista ya no me necesitan, yo no le hago daño a nadie, ¿por qué no me deja trabajar?
– ¿Usted dice que trabajó en una cueva? ¿Como telefonista? Esto es el colmo, ¿toma alguna medicación? ¡Uy!, ¡ay!, ¡ay! -El intendente comenzó a contorsionarse y a quejarse lastimosamente. Don Casimiro pensó que le estaba dando un ataque cardíaco.
– «¿Qué le pasa?», preguntó al intendente.
– «Me estoy cagando, me cago, la puta madre», dijo el intendente entrecerrando los ojos y frunciendo la boca al tiempo que se tomaba el estómago con las manos.
– «Use el agujero, ¡rápido!», dijo don Garrocha, que a todo esto se había puesto de pie por toda la conmoción que generó la discusión. El intendente se arrancó el cinto furiosamente, se bajó los pantalones junto con el slip, se agachó y apuntando al agujero soltó el demonio que salió con un estruendo mayor que un trueno al tiempo que pegaba un alarido que se escuchó en medio departamento. Luego de haberse liberado pegó un grito más y luego un aullido mirando al cielo. Habiéndose calmado un poco, aunque bastante agitado aún, le pidió papel a Don Casimiro, que se lo alcanzó tirándole un pedazo desde atrás. Una vez que terminó de limpiarse el culo, el intendente se incorporó y se subió los pantalones. Miró hacia atrás para ver lo que hacía Casimiro, y cuál no fue su sorpresa con lo que vio, era lo último que se esperaba. Su semblante decayó y atónito dijo: – «¿Qué está haciendo, acaso está enfermo?».
– No mi amigo -replicó enseguida don Garrocha al tiempo que lo seguía filmando con su celular- todo lo contrario. Éste es mi seguro de vida, si usted interfiere de alguna forma con mi trabajo, este video llegará a todos los programas de televisión, noticieros, internet, etc. Digamos que si me molesta, todo el planeta se divertirá viendo cómo aúlla mientras garca en un agujero en plena carretera.
– Usted es un maldito, y está enfermo.
– Yo estaré enfermo pero no aúllo como un lobo mientras cago.
El intendente, muy fatigado por el ataque de garco que acababa de padecer, miró a Garrocha sin expresión en el rostro, suspiró y miró el suelo; luego de lo cual caminó cansinamente hacia el auto, subió, giró la cabeza lentamente, miró a don Garrocha quien le devolvió la mirada y por un momento pareció que se firmaba una tregua entre ambos. Arrancó el auto y se fue. Casimiro quedó de pie solo en la ruta con el celular en su mano izquierda y con la cabeza inclinada hacia abajo dijo para sí:
– «Éste sin duda fue el garco del siglo».
Como dije antes, muchos dicen que Don Casimiro Garrocha es solo una leyenda. Aun así, es muy común en Florida que cuando alguien se está cagando exclame: «Ayudame, don Garrocha, me cago».
Horacio Kiel
(Marzo de 2012)