La clase de ajedrez
Sobre una tabla de ajedrez dos insectos ultraevolucionados disputan una amistosa lucha que sacude por momentos las entrañas de la tierra. La guerra siempre había sido su hábitat natural, y sus megacerebros estaban especialmente diseñados para luchar de las formas más crueles y también más sutiles. Su trato con humanos era muy escaso, y en verdad se limitaba a una sola persona, el señor Rutter, quien por su forma salvaje y artística de jugar había llamado la atención del mundo de los superinsectos. Ellos no se describirían, aclaro, como insectos gigantes, pero el señor Rutter los veía así. La furia sublimada de este jugador es comparable al veneno de una araña selvática, y sus jugadas herían como la picada de un escorpión en el desierto. Definitivamente no era sólo un juego para él. Tampoco para los insectos.
– Creo que sus emociones lo están perjudicando a veces -dijo Spuk, una lagartija del tamaño de un hombre adulto.
– Supongo que así es, pero logrará revertirlo a su favor.
– Si tú lo dices.
– Tú siempre tan escéptico. Dale tiempo.
– Spuk!! -escupió en el suelo, motivo por el que le llaman así.
– ¿No crees que le esté afectando jugar con nosotros? El ajedrez humano ha tenido siempre sus limitaciones. Los humanos no son tan fuertes para integrar sus instintos en su compleja inteligencia, aunque dicen de nosotros que somos seres inferiores.
– Mmm… Tal vez tengas razón, solo observa la extraña carta que acaba de enviarnos por este ordenador. Creo que estas estupideces debilitan su juego.
Amigos Super-Insectos:
“Seré honesto, no recuerdo nada. Ayer le hablaba a una persona sobre mí mismo, tratando de convencerme de que sabía de qué rayos hablaba. Pero no era así.
No quise hacer de esta situación un drama, así que traté de adaptarme. Todo empezó hace unos días con una serie de inusuales coincidencias que me hicieron replantearme mi propio pasado y mi propia vida. Siempre creí que es tonto escribir sobre uno mismo, pero no sé cuánto tiempo pasó y muchas escenas se repitieron cientos de veces, y yo sin recuerdos. Tal vez las cosas que veo son mis recuerdos. No sé. Recuerdos que te atrapan, en los que muchos creen dándoles su fuerza. Creencias y recuerdos. Tal vez sea ésa la fórmula de una ilusión. Creer, recordar, tal vez soñar como diría Hamlet.”
– Tengo una teoría al respecto -dijo Shu luego de leer el mensaje.
– ¿Sí? ¿Cuál?
– Creo que se trata de algo que los humanoides llaman cansancio. Está cansado, eso es todo.
– Ah, ¿sí? Qué extraño.
Y así continuaron su charla un buen rato hasta que al entrar en un final de damas muy tenso el ambiente cambió de súbito. En un momento Spuk amenaza coronar, pero Shu le dice:
– Tablas.
– ¿Sí? ¿Por qué? -pregunta Spuk con asombro.
– Jaque perpetuo -le responde Shu con cierta indiferencia, y a continuación le indica con el índice rápidamente los puntos donde podría jaquearlo a perpetuidad.
Dejaron el juego a un lado y siguieron charlando sobre los humanos y sus extraños hábitos. Llegaron a concluir que las emociones hacen que se cansen más rápido. Por eso son tan débiles. Por otra parte necesitan cumplir extraños cometidos por razones que ni ellos entienden.
En el búnker especialmente diseñado para sus necesidades insectívoras, los amigos se dispusieron entonces a devorar un banquete de ratas fritas a la portuguesa, su debilidad.
– ¡Qué festín! Ñam, ñam. Una araña elfa roja me enseñó esta receta especial.
– ¿En serio? -se sorprendió Shu-. Las arañas son muy orgullosas, ¿cómo lograste que te ayude?
– Je, je. Simple, sólo tuve que enseñarle el Sistema Londres a cambio.
– Eso es justo lo que estaba jugando Rutter ayer en la superficie.
– ¿Y quién crees que se lo recomendó?
– Seguro. Tú tienes más trucos que una serpiente. Sé que le encantan las arañas. Dice que son sagradas, o místicas o algo así. Con su tela tejen el destino de los mortales.
– Ja, ja. Si éste sigue así lo van a matar.
– No creas. Él trata de… ¿cómo dijo?… Ah!, sí, sublimar los instintos. Dice que eso representa la araña de plata de su copa y también el zapato de oro de Cenicienta.
– Wow, wow. Basta o me va a estallar el cerebro. Cómete esa rata y deja de hablar tanto.
– Ya aprenderás a valorar el lado espiritual del juego.
– Nunca.
Diría que la relación entre el jugador de ajedrez y el mundo subterráneo era simbiótica. Nunca otro humano había caído tan bajo para subir aún más alto. Era casi un crimen contra su propia especie, pero ahora ya era tarde para volver atrás. Su cerebro no era de humano, ni de arácnido, ni de animal. Era un híbrido producto del contacto con otras especies que le enseñaron nuevas formas de usar su mente. Era casi como tomar un veneno mortal para curarse de su débil humanidad.
Todo para entrar en el fantástico mundo del juego, para entender la esencia de la lucha, en tanto los hombres solo mueven piezas sin vida. En las profundidades, esos mortíferos seres le enseñaron a jugar un juego muy diferente, donde de precisas valoraciones matemáticas se decidía algo más importante que la vida o la muerte, en el corazón mismo del ajedrez, al darle vida a una pieza y descubrir su verdadero poder la apuesta era su alma, y solamente así la verdadera fuerza de las piezas surgiría como un poder devastador. Así, cuando lo hubiese aprendido y jugara en la superficie, desataría un colapso de todos los sistemas, una devastación total que trasciende el tablero. Y en ese momento, ellos surgirán… pronto.
Horacio Kiel
(Junio de 2019)