29 minutos
Salí a las siete en punto. Tenía que llegar hasta el cartelito rojo y para eso debía pasar por el puente para luego caminar por el sendero de piedra hasta llegar al estacionamiento donde compraría un chicle para continuar mi camino. Si lograba hacer todo esto en quince minutos llegaría al cartelito rojo a las siete y media y salvaría al mundo. Si no, todo habría acabado y no quedarían ni rastros de la civilización.
Empecé a caminar. Estaba nublado pero era un día muy luminoso. Tenía la sensación de ya haber estado en esta situación. Me detuve junto a una palmera y me senté para reflexionar. Visualizaba todo el recorrido que tenía que hacer: el puente, el sendero, el estacionamiento y el cartelito. El tiempo era lo de menos, podía llegar rápido si corría. Lo que sí me parecía importante era pensar en qué exactamente quería salvar de esta civilización. ¿Qué parte de mí quiere llegar al cartelito luego de comprar el chicle en el estacionamiento? ¿Qué ganaré con ello? Cerré los ojos y dejé de pensar en términos civilizados y lógicos de pérdida y ganancia. Ese pequeño trayecto hasta el cartel rojo sostiene al mundo en tanto este viaje eterno anula el razonamiento que me impulsa a luchar por algo que no necesito. Al respirar el aire contaminado por los autos que desfilan todo el día como si nadie llegara a ningún destino y envuelto en una estela de pestilentes y superficiales pensamientos sin sentido de miles de personas, me pregunté qué clase de criminal trataría de mover un dedo para salvar esto. Nadie. Ningún ser consciente lo haría, pero todos crean este sin sentido porque ése es el sentido de sus vidas. A eso llaman libertad. Sin oxígeno, sin sentido, sin un solo pensamiento puro y en lucha por la supervivencia en un lugar en donde ni siquiera hay una guerra, ¿a quién le satisface esta clase de vida? Para mí habían desaparecido el puente, el sendero de piedra y todo lo demás. Pero al abrir los ojos pude ver a todo un mundo encadenado a esta farsa, tratando de llegar a tiempo para salvar esto, ofreciendo sus vidas, su sangre, sus sueños y pensamientos para que siga así por siempre. Pero a todo esto vi un reloj muy grande en la calle, eran las siete y veintinueve.
Horacio Kiel
(Febrero de 2019)