Prudencio Guantánamo Buenaventura, un ganador

Prudencio Guantánamo Buenaventura, un ganador

Prudencio Guantánamo Buenaventura, un ganador

Horacio KielEl señor Prudencio Guantánamo Buenaventura salió de su casa a las 6:30 AM para asegurar su lugar en el tren rumbo al séptimo infierno. En la Embajada del Infierno había una larga fila de personas interesadas en obtener un pasaje, y muchas de ellas se escupían a modo de saludo. No habían muchos requisitos para recibir un boleto, tan solo había que probar que uno no le daba ningún sentido a su vida y negar cualquier propósito divino en la existencia terrenal. Era muy fácil. Solo debían seguir instrucciones por celular y hacer lo que la aplicación de moda indique. Simplemente no pensar y abstenerse de cualquier juicio o capacidad crítica. Luego de acoplarse a un montón de costumbres inútiles, el interesado se presenta muy temprano en la embajada infernal y el asunto está listo, el trámite se realiza en un momento.

Prudencio había cumplido todos los requisitos y ya estaba listo para partir directo al infierno. Nadie estaba especialmente feliz, ni demasiado triste, al no haber sentido todo da lo mismo. Miró su celular para recordar quién era, la pantalla se iluminó y le dijo: ERES UN GANADOR. Había una carita sonriente junto al mensaje. Una pareja que estaba a punto de entrar se tomó una foto con el celular para justificar su paso por este planeta. Justo un perro pasaba y saltó sobre el hombre, pero no tuvo suerte y no fue fotografiado. La vida ya no tenía sentido y todos esperaban ir al infierno junto a Prudencio para destruir cualquier esperanza de evolución para la humanidad, pues eso es considerado pérdida de tiempo o una mera utopía.

Ya en la puerta, pudo ver a un hombre respondiendo el cuestionario que le hacía un emisario del infierno.

– ¿Qué modelo de celular usa?

– Bosta 150.

– ¿Por qué no el Bosta 159KULTRA?

– Me parece muy grande.

– Bien. ¿Cuántas fotos sacó en la última hora?

– Quince, creo. A ver… deje que esta máquina me lo diga, mi cerebro ya no funciona desde hace años.

– Lo espero.

– Sí, quince. Son quince fotos.

– ¿Por algún motivo en particular?

– No, solo porque creo que soy el ser más importante del universo y quiero registrar mi apariencia cada vez que puedo para ser recordado por ello.

– ¿Ser recordado por qué?

– Por nada, por eso.

– Ah, estupendo. Bien, fantástico entonces. Tome, aquí está su boleto.

El hombre tomó su boleto y salió sin problemas. El empleado infernal hizo una seña a Prudencio Guantánamo, y éste acudió a la entrevista con entusiasmo.

Entregó su cédula para probar que había sido domesticado hasta cierto punto por la gran sociedad humana, y ahora era un número.

– ¿Es su nombre real?

Era inevitable que se lo preguntaran. Su nombre lo había hecho un hombre bastante desdichado. Su padre había sido una persona excesivamente prudente y consideraba que la prudencia era la mayor virtud. Pero lo de Guantánamo ya había sido un exceso, y todos en su familia lo creían. No importaba ya, ahora tendría una salida.

– Sí, lamentablemente es mi nombre.

– Ya veo. ¿Modelo de celular?

– Basura X180.

– ¿Se tomó alguna foto inútil e insustancial esta semana?

– Sí, unas catorce, creo. Todas inútiles, mire, aquí están.

– Mmm… Sí, muy bien. Totalmente una pérdida de tiempo. ¿Por qué quiere residir en el infierno?

– Por nada, solamente sigo a los demás.

– Excelente. Aquí está su boleto, disfrute el viaje.

Cuatro personas lo escupieron al salir para mostrarle empatía y él se dirigió al tren que aguardaba a una cuadra de la embajada. Entregó su boleto al maquinista, el cual le preguntó a dónde se dirigía.

– Voy al séptimo infierno, respondió.

– ¿Y no le alcanza éste?

– Me da igual, flaco, la vida no tiene sentido alguno.

– ¿Realmente me veo tan delgado?, preguntó el maquinista algo confuso.

– No, no. Es solo una forma horrenda de hablar que se desarrolla en esta porquería de ciudad. Creí que usted lo sabía.

– Realmente no. Es sorprendente que puedan hablarse así. ¿No les causa asco?

– Nos acostumbramos a todo, el urogayo es producto de la costumbre, nada más.

– Ah. No lo sabía. Es que usualmente no vengo por esta zona, me resulta demasiado caro. Sobre todo la comida.

– ¿Y por qué cree que me voy? Para oír palabras incongruentes prefiero un lugar más económico.

– Lo entiendo. Pase entonces.

– Gracias, dijo Prudencio y se dirigió al asiento 20B contra la ventanilla.

“Por fin viviré en un infierno sin un 20 por ciento de IVA”, pensó, y escupió por la ventanilla.

Horacio Kiel
Honorary Chess Ambassador
(2022-03-26)

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