Muksha

Muksha

Muksha

Horacio KielLa escena dentro de la embarcación Muksha podría describirse como pintoresca con visos de fantasía y hasta irrealidad. Sobre el posavasos de la niña descansaba un vaso de jugo de naranja de gran calidad que observaba a la protagonista colorear con gran esmero un dragón en pleno vuelo. El libro de hadas y dragones para colorear había sido todo un éxito y la pequeña Esmeralda tenía una gran concentración y un talento natural para combinar los colores. Creo que el tono naranja se le ocurrió oportuno luego de ver la corbata del caballero de ojos saltones y cejas muy negras que hablaba gesticulando a su padre, quien se hallaba a su diestra, vestido, por cierto, como alguien que podría bien haber volado en un dragón más de una vez. Cuando el sujeto de la corbata naranja y verde vio a la niña colorear parte del dragón con uno de los tonos de su prenda, enarcó visible y exageradamente sus cejas y el marco negro y grueso de sus lentes se movió dándole un aspecto gracioso a su rostro sorprendido. Puppy, el perro de Esmeralda, dormía graciosamente en su propio asiento junto a la ventana, a la izquierda de la niña. Dado que su padre, el de la niña, había ganado numerosas condecoraciones en la fuerza, como el Corazón Púrpura por ejemplo, y era amigo personal del Capitán, lograron hacer una excepción para el gracioso Puppy. Realmente no hay otro perro que haya vivido con tanto lujo como él. Una de sus patas delanteras colgaba del asiento, un gesto muy típico y hasta parece que necesitaba hacerlo para dormir. La madre y la tía materna de Esmeralda estaban en los asientos de adelante. La madre, Victoria, era delgada y vestía de bordó con un elegante cinturón negro que le daba mucha distinción. Su tía Judit prefería el color blanco y era más baja que su madre y sus piernas eran fuertes y gruesas. Esmeralda se fijaba en los más mínimos detalles. Siempre lo hacía. Ahora estaba centrada en su único objetivo dentro del barco: darle vida a su dragón Muksha antes de que termine el viaje. Tomó un poco de jugo de naranja y su manita casi era insignificante para el enorme vaso y por eso debió usar ambas manos. Justo pasaba la sobrecargo entregando bebidas, así que luego de verla dejar un capuchino con chocolate a su madre le hizo una seña y le pidió si podía conseguir un vaso más pequeño. El dragón ya estaba cobrando vida y las cejas del hombre chistoso volvían a subir hasta el techo. El piso de la nave en esa sección era algo rojizo con arabescos que daban una sensación encantadora y estimulante.

El señor Blackburne, dueño del barco, era un gran aficionado al ajedrez y debía en gran parte su habilidad en el juego a los consejos del padre de Esmeralda, por tanto siempre le hacía todos los gustos a su amigo de tantos años. Y eran muchos.

Judit viajaba descalza, pues al parecer eso la hacía sentir libre. Se levantó un momento y le hizo un comentario a la niña, pero no con palabras, y ésta le respondió, pero sin ningún sonido. Su tía materna se sonrió y volvió a sentarse junto a sus elegantes zapatos blancos. El Capitán J.P. Zukertort llegó a notificar personalmente al jugador la llegada al puerto. Éste se sonrió muy ligeramente y extendió apenas su mano en señal de haber entendido. “¿Cómo le llamarás al dragón”? -preguntó el señor cejas. “Muksha”, respondió la niña con seguridad mientras intentaba despertar a Puppy. “¿Por el barco?”, insistió el señor gracioso. “Es ansia de liberación, eso significa en la India. Y también por el barco”. Dijo esto ya de pie y llevando la correa del perrito en su mano izquierda y su dragón en la otra. Salió al corredor como una reina escoltada por su feroz guardián y su temible Muksha, vestida con estridentes y formidables colores. La armonía la seguía a cualquier parte a donde iba.

Salieron todos juntos. Puppy estaba un poco somnoliento aún. Muksha tenía una combinación de colores tan poderosa que lanzaba magia y belleza por todas partes. Armonía, la madre de la niña, iba del brazo con su hermana. Al cruzar el puente, Esmeralda se detuvo de pronto y miró atrás el hermoso barco que los había traído.

Su padre la imitó.

Retomaron la marcha juntos.

El viaje había terminado.

Horacio Kiel
(14 de mayo de 2020)

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