La Bella Ileana
Radio Rural 610 AM Montevideo, “Versos al viento” por Sandra Costabel
27-12-2019: Entrevista a Horacio Kiel y lectura de «La Bella Ileana».
El hombre es un animal simbólico. No hay discursiva al respecto, es un hecho. Luego al plantearme este relato, donde un insecto llegó a ser lo que parecería un hombre, fue tan sólo para la diversión o entretenimiento de los pasajeros de esta embarcación. Le cuento que el nombre de esta nave es “La bella Ileana”, y aunque parezca cursi, es ese el nombre de nuestro barco y todos lo aceptamos de buen grado. Hasta yo, el capitán, lo encuentro romántico y hasta poético. Es una nave ésta muy especial, ya que sus ventanas muestran a los pasajeros sólo lo que ellos quieren ver, y como ustedes ya sabrán por la propia experiencia, nadie suele querer verse a sí mismo. Entiendo ahora si le extraña que me permita hacer estas observaciones dado que le advertí antes que era este un relato para la misma embarcación, pero lo que no llegué a decir es que asimismo realice una copia con ciertas modificaciones para enviar, por medio de una botella de ron -que yo no he vaciado-, al mundo que pueda recibirlo en tierra firme, lejos, poéticamente lejos de este caos ingobernable.
Es que el corazón de un hombre siempre queda en tierra firme, junto al hogar, mientras él se embarca a merced de los designios del destino. Y como no habrá ni diez corazones con el aplomo suficiente para apreciar este relato, confío en que usted, que ha hallado la botella, será sin duda el indicado, o la indicada, pero en este último caso creo debiera ser una Regina Olsen, la más amada entre las amadas en la historia, a mi entender, claro está. Creo además –y esto ya lo habrá por demás notado-, que el justo olfato que requiere un escritor para torturar al amable lector con un prólogo, haciéndole sentir, no obstante, un placer similar al verdadero placer, está últimamente, bastante olvidado, cuando lo extraigo de mi galera de infaustas habilidades existe una magia que trae sobre mí –y sobre usted- a los seres más fantásticos, pues ellos de seguro comparten nuestro refinado olfato. Cumplida ya mi labor como inquisidor, y habiéndome desquitado, pues ayer tuve que pasar por una tormenta, procedamos como es habitual con el relato.
¿Es lo que usted ve realmente un hombre? O ¿no es un hombre aquello que proclama? Y en tal caso, ¿qué sería de un hombre que proclama tener los intereses de un cuadrúpedo? Y si su interés no se dirigiera más que a sí mismo, ¿de qué especie sería? ¿Acaso una especie de oruga que ha decidido alimentarse de su propio cuerpo? Y es que sin conciencia situacional que nos obligue a estar por completo en un determinado lugar en unas determinadas circunstancias en un instante, no somos ni hombres, ni mujeres, y si quiere saber qué es cada quién, siga leyendo esta historia.
Eran los tiempos de Salomón. Una cucaracha oía la charla que éste sostenía con la reina de Saba, y no envidiaba para nada la suerte del rey, pues los humanos no le interesaban, pero sí deseaba con ansias poder hablar de sí misma y de las de su especia, y esto le era negado siempre. Aun así buscaba la oportunidad de infiltrarse en conversaciones humanas, pero esto, sabía ella, era imposible por las leyes naturales que le privaban del habla. Se abstuvo entonces de seguir intentando, pero ni aún la muerte la libraría de tal obsesión, que es más bien ridícula desde nuestra óptica, puesto que ¿cómo alguien podría tener el anhelo de convertirse en hombre para hablar como una cucaracha? Pero como digo, esto lo decimos desde una perspectiva humana, ya que desde la visión de la cucaracha es muy normal, tanto el deseo de evolucionar, como, por otra parte, la conservación de la única forma de pensar que conoce. Y si esto, además, lo vemos inclusive en seres de nuestra especia, ¿cómo juzgaremos a un insecto por su tozudez si ni siquiera dispone de libros o ninguna clase de espiritualidad?
Una momia tenía por eses mismos y remotos tiempos, ambiciones muy similares a la cucaracha. Quería dar su opinión entre seres humanos, quería que su voz fuera escuchada. Se creía la dueña de un saber invaluable y su sueño era hablarles a los hombres, teniendo nuevamente la apariencia de un ser viviente, y hacerlos sentir como cucarachas que tuvieran acaso la fortuna de oír la sabiduría putrefacta que emanaría de sus pestilentes labios.
También cerca de allí, había una babosa que oía las discusiones entre el rey y su arquitecto principal, y que hasta tuvo el honor de ver cuando aquel le obsequiara el famoso Dragón Rojo, el cual dicen perteneció a Moisés. Este ser repugnante anhelaba conferenciar sobre temas elevados y profundos, y creía que para eso bastaba llegar a tener la apariencia de hombre. ¡Qué equivocados estaban todos! Podría pensar el lector, sin embargo, solo tenemos que recordar cuántos hombres han intentado llegar a ser dioses hablando como idiotas, y entonces estos seres grotescos quedarían en el acto disculpados.
Y no creo, le advierto, todo lo que me cuentan. No obstante, la experiencia de la vida me ha convencido de que de alguna forma esta historia que me refirió un hombre en tierra firme, en no importa qué continente, es cierta. Pues cómo, nos preguntamos, cómo pudieron la cucaracha, la momia o la oruga llegar a poseer la humana apariencia.
“En una noche oscura -me decía el señor de tierra firme-, una noche especialmente oscura, sucedió lo que le estoy contando, y que ahora voy a pasar a detallar. En cuanto a los mismos detalles de cómo y por qué son solo conjeturas mías, no carentes de fundamento, pero a las que no debe otorgar más valor que el que dé a mi propio nombre”.
Al decir esto último su sonrisa pareció la de un ángel y un demonio, pues era él hombre valiente, y quiso dar a entender, que si no navegaba no era por cobardía, sino que una misión lo sujetaba al parecer a ese lugar por algún tiempo. “Bien, prosiguió, veo que me ha entendido, cosa poco usual entre esta gente como usted sabe, tan marcada por la costumbre, que ya no logra discernir una suspicacia. ¡Ay!, diríase que hasta le quitan la gracia a la existencia, pero en fin, eso a usted no tiene por qué interesarle. Así que bien, prosigamos. Usted me cae bien, mi amigo, y por eso no pienso engañarlo.”
“Uno piensa y luego existe, ¿no es cierto? Y diríamos también que un hombre que no intenta ser como los dioses, es menos que un hombre. Visto de esta manera, un animal o insecto que no intentara ser como el hombre sería aun menos, y así sucesivamente nos veríamos ante la alternativa entre mediocridad y altruismo. Sí -dijo al notar mi turbación-, no se sorprenda si me expreso de forma locuaz y expeditiva, pues recuerde que también fui capitán, como usted, de una embarcación. “Regina”, “Regina” se llamaba, antes que me lo pregunte. Y no, no puedo navegar ahora con usted. ¿Qué cómo lo sé? Ya se lo dije, como dicen, no hay un nexo más íntimo entre dos personas que compartir una forma de pensar y de sentir. En otra ocasión prometo acompañarle, pero ahora, grabe esta historia en su memoria, pues sé que le será útil.”
“Pero bien, como decía hacer un rato, debe usted conocer el cómo y el por qué o de lo contrario la historia será como una caja muy bellamente decorada, pero sin nada en el interior.
El universo está vivo e interconectado al igual que los mares que circundan la tierra lo están con los ríos que dan vida a sus habitantes. Así, todos los seres, con todas sus intenciones se hallan también unidos sin ellos ser muy conscientes de este fenómeno. Sin embargo, no tenga dudas de que todas sus intenciones, ya sean conscientes o inconscientes están trabajando por materializarse en situaciones concretas, con o sin su consentimiento.
Parece, entonces, que de alguna forma los intereses de, por ejemplo, esos tres seres de los que hablábamos, lo llevaron a congregarse en un mismo lugar en aquella lúgubre noche. La cucaracha, junto con toda su parentela, llegó a donde la momia y se metió en su cabeza a través del orificio nasal. Allí se alojó, presa de una fuerza natural, pero por motivos supra o antinaturales. Y entonces esperó. Esperó allí junto a otras cucarachas, hasta que la babosa, que también había ido junto a otras de su especie, entró por el mismo orificio de la momia y se unió a la comitiva que allí la esperaba ansiosamente. Y allí vivieron por siglos enteros, sin olvidar nunca su legado, antes era ello todo en cuanto ponían su intención, que era una y la misma para toda la legión de pestilentes bichos que habitaban ese fétido cadáver amortajado. Pasados, como digo, varios siglos, ya en tiempos de Cleopatra VII, se hallaba ella paseando por el santuario cuando reparó en la momia a que hacía referencia, y se quedó largo rato, pensativa, recordando algo que había leído en uno de sus tratados de magia. Se resolvió entonces a realizar el experimento con esa momia esa misma noche, y para ello fue a buscar rápidamente lo necesario para cumplir con el ritual. Nada sabía ella, por cierto, sobre los repugnantes seres que habitaban allí dentro, y, como suelen decir, la ignorancia nos vuelve más intrépidos.”
“Y ésa, mi amigo navegante, es la noche a la que hacía referencia hoy más temprano, cuando aún quedaba más de la mitad de esta botella de ron, que usted no ha querido probar, y que le obsequiaré para que tenga un recuerdo de esta noche, y pueda emborrachar de paso a alguna señorita de su embarcación con lo que le quede, si es que no va a hacerme el honor ahora mismo. Bien, bien, dejémonos ya de tanto ron, pues parece que por momentos es él quien habla por mí. ¡Edy! ¡Edy! ¡Ven!, por favor, ayúdame a terminar esta botella que no está bien que tome yo solo. Ahora, como decía, Cleopatra consultó su libro y preparó todo para esa noche. Hizo luego transportar todo por un siervo de confianza, y se dispuso ella misma a trazar los símbolos en el piso junto a la momia. Inimicum putes quid te presentem laudabit decía Villón, considera tu enemigo a quien te alabó estando tú presente, y creo que es un hecho ¿no? ¿Cómo? Ah, claro, usted está apurado y yo lo estoy retrasando mucho, no quería extenderme demasiado, así hubo dicho ella las palabras frente a la momia, pudo sentir algo en su interior, algo que cambió el aire circundante de una forma extraña y súbita, pudo sentir que algo había funcionado, pero nada que pudiera ser corroborado por los sentidos que nos permiten percibir el mudo físico o de lo manifestado. Gracias, Ed. Gracias por el café y las galletas, mejor termina tú lo que queda y dale la botella al capitán, o a mi amigo, mejor dicho. Ted, le dicen Ted, y nadie tiene por qué saber cómo se llama, de cualquier manera nada le importa a él ser conocido en tierra, y por otro lado, no hay nadie que no lo conozca en los mares por donde se mueve con imperturbable valor y con la tenacidad de un águila. Buen, luego de esta inadmisible pero quizá necesaria interrupción, acabará mi relato, Sr. Ted.” (Y otra vez apareció esa extraña forma de sonreír que no olvidaré mientras viva).
“¿Qué es, continuó diciendo, debo preguntar en esta parte, qué es en realidad un acto? ¿Qué es la realidad si no lo único que podemos percibir? ¿Y qué es lo que podemos percibir si no aquello a lo que ponemos el rótulo de realidad? Es que si algo sucedió allí, y lo que sucedió fue real y no percibido más que de forma muy sutil por la hechicera, esto ha sido justamente porque no estamos habituados a lidiar con la realidad, sino tan solo con nuestra distorsionada percepción que a su vez distorsiona la realidad para nosotros, del mismo modo que las ventanas aparentemente encantadas de su nave, que, como usted me cuenta poseen la virtud de hacer que cada pasajero vea sólo lo que quiere ver.”
“Pues bien, lo que sucedió fue masomenos esto: la intención hábilmente entrenada y ejercitada por Cleopatra VII a través del estudio y práctica de la magia y la alquimia generó un campo de fuerza que hizo que se unió, por decirlo de alguna manera, a la intención acumulada durante siglos por la momia, la cucaracha y la babosa; lo cual dio como resultado la cabal realización de esa intención tan cierteramente dirigida, aunque para Cleopatra fuera nada más que un experimento de magia o mentalismo llevado a su máximo nivel.
Pero, si bien la intención se materializó, para no romper las leyes físicas fundamentales, no podían aquellos horrendos seres transformarse allí mismo y en ese momento en aquello que pretendían ser. Por esto, la energía fue proyectada por Cleopatra hacia el mundo sutil de lo mental y lo espiritual, donde el tiempo y el espacio se amoldan a las propias necesidades, y una vez allí, esa intención ubicó de inmediato por medio de una afinidad energética y de frecuencia a tres seres ya formados de la especia humana, que en un tiempo remoto pensaban, no obstante su condición externa era la del común de los homínidos, de igual manera que un insecto o una momia, es decir, en este último caso, igual que un muerto. No fue tan fácil la búsqueda, pero a decir verdad, tampoco fue muy difícil.” En este punto despachó a Edy valiéndose de un gesto majestuoso y grandilocuente, tal como si hubiese mandado a un perro a dormir, pero con la severidad necesaria, que se hallaba presente en todos sus actos, hasta en los más simples. Si bien todo esto se vestía con un velo de ingenuo misterio, y hasta a veces un cierto infantilismo de su parte, la severidad en sus afirmaciones eran dictámenes que debían ser obedecidos. Esto me hizo reflexionar en que debió ser él seguramente un gran capitán en algún pasado no tan remoto. Y volvería a serlo, eso se notaba en su semblante en ese mismo instante. Creo que logró captar algo de mis cavilaciones entonces, porque dijo como si respondiera a una pregunta que nadie había formulado: -“Yo soy el barco ahora, y también la tripulación. ¿Ha tratado de explicarla a un ciego lo que es un color? Pues imagine cómo puede enlentecerlo todo la gente que no puede navegar. Estas personas tienen tierra hasta en el cerebro. ¿Se imagina tratar con estos idiotas diariamente? Y de todos los idiotas que he conocido, dos por tres aparece el peor de ellos: el ingenioso. Él quiere convencernos a todos de que si puede hilvanar un par de frases delirantes, y si lo hace con el aplomo y la suficiente… bueno, perdone, es que ahora que lo pienso, al decirle esto me estoy adelantando en el relato que le refería, así que acabaré de contarle, y eso a su vez cerrará este razonamiento.”
“Teníamos entonces que eses repugnantes y asquerosos seres habían logrado su propósito al encontrar en un tiempo y espacio determinado a ciertos hombres cuyo pensamiento se amalgamaba casi perfectamente al de ellos. Seres que no tenían más que apariencia humana, y hasta adoptaban posturas que pretendían serlo, y aunque a un buen observador no se le pasaría por alto el engaño, no era esa una era especialmente analítica o reflexiva. Y así pasó. Como dije antes, los sentidos de contraposición como futuro y pasado, fuerte o débil, elevación o profundidad, sencillamente no existen en el mundo del espíritu, pues todo lo manifestado es ilusorio, en mayor o menor grado. Lo único que sirve de guía en el mundo de lo real es la frecuencia vibratoria y la intensidad y rectitud de la onda y que ésta además haya surgido directamente de la Nada o punto de convergencia y no de una creación que está luchando por sobrevivir a cualquier costo.” Lo miré entonces un poco sorprendido por tantos tecnicismos que había utilizado de pronto en su narración. “Estar en tierra firme -respondió, adivinando otra vez mi pensamiento- es sólo una escusa para construir una mejor embarcación”. “Lo siento, dijo entonces, continúe por favor”, pensando en alentarlo a continuar con el relato. “Bien, ahora, resulta que habían tres seres que lograron satisfacer las demandas de aquellos dos insectos y de aquel cadáver. Los tres eran, o se creían, de alguna manera intelectuales, uno de ellos era un delirante con una enciclopedia metida en el cerebro; en ese pudo entrar la babosa. El otro era un imbécil tan convencido de su propia opinión que ya no lograba oír la de nadie más, y por tanto no era muy diferente al huésped que estaba destinado a acoger; o sea, la cucaracha. Y el último, el tercer ejemplar, que se ajustaba perfectamente a las intenciones de la momia, era un hombre que contemplaba las escenas de la vida como si fueran postales o fotos, nunca considerando que además él estaba participando, o, en su defecto, creyéndose él mismo tal ve como parte de un cuadro viejo que esperaba a su vez su propia enmohecida crítica, tal como lo vería una momia; así que el cuerpo astral de la momia entró en él, y como el suyo propio era ya igual al de un cadáver ni notó la diferencia. Todo esto sucedió, tal como le digo, en medio de una reunión, y no se produjo ningún pandemónium ni cosa por el estilo, sino que todo fue muy sutil, no a tal punto que yo mismo no pudiera notarlo por sus efectos, pues hasta lo mencioné en el momento en que ocurrió; pero sí lo suficiente como para que la gente de esta región no lo notara ni aún mínimamente. ¿Lo que ocurrió? Ah, claro, como le digo, no fue gran cosa, pues resultó que uno se puso a hablar compulsivamente de cucarachas hasta el punto que parecía ser él mismo un insecto tratando de defender sus derechos; y otro -la babosa-, comenzó a vomitar su conocimiento de teoría de la composición aplicado únicamente a la descripción de las sensaciones elementales de un insecto a la vez que ignoraba o pasaba por alto toda valoración espiritual humana al respecto de ese o cualquier otro tema. En medio de esta orgía de sensaciones insectívoras que trataban de rebajar al hombre a su condición más aberrante en base a deseos que nadie -excepto yo- entendía, cometí la torpeza de decir algo sensato y hasta luego llegué a enunciar a viva voz el fraude que estábamos presenciando, pero, como se imagina, eso es algo que debería haber discutido luego con la inocente autora de esa situación, pues no es de ninguna manera inteligente o provechoso ponerse a discutir con insectos, independientemente del tamaño o la forma que estos hayan adoptado. Finalmente, de seguro estará a la espera del tercer implicado, o sea, de la momia. ¿Qué fue exactamente lo que delató a éste? Es, creo, difícil de detallar puesto que cuando todo está mal, ¿cómo establecer qué es precisamente lo incorrecto? Es fácil cuando una cucaracha con forma humana se pone a hablar de su especie con desmesurado énfasis, pero en cuanto a un cadáver de museo, ¿qué es lo que realmente lo define? Sólo le diré, que al margen de la total falta de vida, sus comentarios, en especial en lo que refería al sentimiento grupal, eran, por decirlo así, más reflexivos que vívidos, y esto provocaba algo tan indescriptiblemente desagradable, que el sólo hecho de evocar a usted recrearlo en su mente será suficiente para que me entienda.”
“¡Muy bien! Ahí tiene entonces todo cuanto he podido contarle sobre esta historia, la cual, por otra parte, no es tan escalofriante para hombres como nosotros, y sin embargo no encontrará algo más aterrador en todo el continente, eso se lo aseguro. Resto solo que le diga que en cuanto a mis serias y vehementes advertencias respecto a lo sucedido, nadie guardó acopio de ellas, pues la sola y lejana posibilidad de su veracidad le haría sentir que caen al vacío, o que se elevan flotando por el cielo, en cualquiera de los casos lejos de la tierra y el lodo que empaña sus cerebros y que constituyen todo su mundo.”
Luego de estas últimas palabras llegó Ed con la botella vacía y así me la hubo dado se retiró con aspecto cansado. Yo me retiré sumido en mis pensamientos y no puedo evitar pensar ahora mismo que ese noble hombre ya se habría anticipado al uso que ahora daré a esta botella de ron.
“Pero allí dentro, invisible entre los mástiles, hay un marinero que sabe dirigir la nave”.
Horacio Kiel
(2015)